Friday, November 27, 2009

LOS GUETOS EN QUE VIVIMOS

Mauricio Castro Pedrero
Noviembre de 2009


Leyendo la última columna del padre Berríos “La Cota”, me surge espontáneamente una imperiosa necesidad de escribir. Y me surge esta inquietud porque creo que el tema de debate que propone el sacerdote jesuita no se agota en la clase social alta; esa que está más allá de la cota mil.

En efecto, creo que tanto las clases sociales acomodadas como las más necesitadas, tienen el mismo problema sociológico de no querer convivir unos con otros. Éste es un problema de enseñanza, de una suerte de egoísmo de los padres que pretenden –y educan para esto– que sus hijos sean un fiel reflejo de ellos mismos. Un reflejo puro de ignorancia, intolerancia y narcisismo.

Para explicarme mejor, lo invito a responder las siguientes preguntas: ¿por qué cree usted que en el 99,9% de las familias el hijo y el padre son del mismo equipo de fútbol?; ¿por qué en el 99,9% de las familias, el padre, la madre y los hijos tienen la misma sensibilidad política (todos son de izquierda o de derecha)?; ¿por qué en una familia donde el padre y la madre son católicos, el 99,9% de los hijos también lo son?; En definitiva, ¿por qué favorecemos siempre una descendencia a nuestra imagen y semejanza?.

Nunca olvidaré cuando un cercano me dijo dos cosas que me marcaron mucho. Más bien me perturbaron. Un día me dijo de la nada: “me dan asco los pobres”, cuando íbamos pasando por una calle donde vivían indigentes. Esa misma persona otra vez me dijo: “no me veo casado con alguien que no sea profesional como yo (…) no tendríamos tema de conversación”. Nada más equivocado, que refleja fielmente la poca tolerancia que tenemos a las realidades distintas, a la convivencia de verdad, a la amistad, a ir a la feria y al persa, a ir de vacaciones al litoral –no siempre al Caribe– y contarle a todas las amistades lo bien que se pasa; en suma, a las relaciones reales entre personas distintas. Una integración en serio; no visitas caritativas.

El debate en torno a “La Cota” no es más que otro ejemplo de lo anterior. La gente acomodada –los cuicos según los llaman despectivamente los menos acomodados– también busca transmitir a todos los suyos, sus valores y formas de vivir, porque están absolutamente convencidos de que esos valores y formas de vivir, representan el bien. El debate que siempre se da en torno a la denominada “píldora del día después” no es más que el reflejo de la poca empatía que practican los más acomodados, con respecto a realidades tan terribles como embarazos inviables o producto de violaciones. El bien es uno sólo: la vida del que está por nacer. A cualquier precio. Todo aquel que piense distinto es un representante del mal.

Ahora bien, es cierto que existen determinados valores que cualquiera se esmeraría en inculcar a los suyos, como el respecto por los demás, la solidaridad, la responsabilidad, etc., pero estos valores en nada tienen que ver, por ejemplo, con la elección de la religión o el partido político.

De esta forma, comienzan a formarse las denominadas “burbujas” que representan a la gente que no conoce –ni tampoco está interesada en conocer– otra cantidad inmensa de realidades distintas de la suya, que puede hacer tambalear sus propias convicciones. Y este proceso es absolutamente normal, aunque debemos estar concientes de aquello, para poder enmendarlo. Un ejemplo de lo anterior es que siempre escuchamos las radios que nos agradan o leemos a los comentaristas que más nos gustan (es decir, filtramos los datos que recibimos), pero lo enriquecedor es conocer otras opiniones, para que con un abanico mayor de opciones, escojamos libremente y dejemos abierta la posibilidad de siquiera entender a quien no opina como nosotros. Éste es un verdadero ejercicio de tolerancia.

En este contexto, ¿alguna vez una familia acomodada, habrá hecho el intento para que su hijo(a) tuviera acceso a un entorno diverso y fuentes de información heterogéneas, para que libremente, optara por su propia e independiente creencia religiosa, pensamiento político o por una cosa tan trivial como el equipo de fútbol?. Quizás existan casos. Pero lamentablemente creo que son los mínimos.

Por su parte, los menos acomodados –los flaites según los más acomodados– ven en general con desprecio y cierto resentimiento a los que denominan “cuicos”. Ellos tampoco hacen intentos por vincularse con otras clases sociales, razón por la cual también comienzan a formarse “burbujas” al estereotipar a los más acomodados como “fachos”, “hijitos de papá”, y un largo etcétera. Con los inmigrantes –sobre todo peruanos– pasa algo similar: un rechazo injustificado que también impide una relación con realidades distintas, de personas tan dignas y respetables como cualquier ciudadano chileno.

Lamentablemente, sumado a las culpas de nuestras familias, debemos también convivir con un sistema educativo que contribuye a generar –casi sin darnos cuenta– pequeños guetos. Y en este ámbito, los que realmente tienen una opción de optar por la educación que quieren para sus hijos, son los padres de las “Cotas”. La “señora juanita” sólo tiene que conformarse con la educación que le ofrezca el Estado.

Los colegios y universidades hoy en día son verdaderos guetos. Sus dueños abren centros educacionales con objetivos específicos: generar “semejantes”, ganar dinero, o ambas a la vez.

A modo ejemplificador, podemos decir que los colegios católicos desean guiar a sus alumnos “por el camino de la fe” rechazándole la matrícula a un brillante alumno con padres separados. Qué decir de un niño evangélico o no creyente, que es tratado –aún en estos tiempos– por ese sólo hecho, como un hereje. En suma, lo que se desea es generar seguidores de Cristo y no alumnos que, por su temprana edad, deben ser informados libremente por las diferentes opciones religiosas que existen, sin imposiciones. ¿Es eso una generación de seguidores libres o es la representación manifiesta de la incubación de un rebaño manso?

Ahora bien, el factor lógico e inicial de segregación es el costo de la educación. A los colegios caros asisten los que pueden pagar. Para todos los demás existen los colegios y liceos con letras.

Ante este problema, ¿qué puede hacer una familia acomodada si quiere educar en la tolerancia y diversidad a sus hijos, si no existen colegios que otorguen, junto con estos valores, buena educación?. Es un callejón sin salida. Los que creen a pie juntillas en el libre mercado, dirían que la sociedad no está demandando esta educación llamémosla “pluralista”, pero creo que están equivocados. Muchos padres deben sentir en el fondo de sus almas que vivir en una burbuja no les ha hecho bien a ellos y no les hace bien a sus hijos. Lamentablemente en el “mercado educativo”, los “demandantes” son usuarios cautivos que deben consumir lo que les ofrece el mercado, el cual aún no descubre que la tolerancia y el respeto son valores preciados en una sociedad democrática, ¡y que se pagarían a buen precio!.

Pues bien, ante esta realidad, no cabe más que concluir que nuestros destinos son muy difíciles de cambiar. Este narcismo y baja tolerancia a las opiniones diversas existentes al interior de nuestras propias familias, se ve agravado aún más por nuestro sistema educativo.

En fin, el problema no es sólo de las “Cotas” o de sus familias, o de su entorno acomodado, sino de las familias que pretenden educar a sus hijos a su imagen y semejanza; de los empresarios que no ofrecen alternativas educativas pluralistas y de calidad –lo cual también es, en definitiva, responsabilidad del Estado– y; de la sociedad en su conjunto que mira impávida, inconmovible, la realidad egoísta y segregadora en que vivimos.