Thursday, March 23, 2006


LA PILLERÍA DEL CHILENO. NUESTRA DESHONESTIDAD NO DECLARADA

Mauricio Castro Pedrero
Administrador Público
Marzo de 2006




¿Quién no ha reaccionado con indignación al leer en los periódicos o ver en la televisión, una noticia relacionada con casos de corrupción en la política?. Muchos alcaldes, parlamentarios, funcionarios de gobierno - entre otros - permanentemente son acusados de haber participado en un hecho éticamente reprochable. Algunas acusaciones se basan en hechos inobjetables (algunos legales, pero no por eso, con respeto al principio de probidad) y otros – seamos justos - son simplemente “voladores de luces” para sacar dividendos políticos. Pero, permítame hacerle una pregunta: ¿el actuar en forma deshonesta – que es lo que lleva implícito un acto corrupto – es una conducta arraigada solamente en la política o bien, abarca a la sociedad en su conjunto?. Me temo que la segunda opción es la que más se acerca a la realidad. En definitiva, los actos de corrupción conocidos por la opinión pública, son el fiel reflejo de lo que la sociedad es. Por tanto - y como usted ya debe haber intuido - es menester reconocer primero que todo, que para poner coto a la corrupción, debemos empezar por actuar en forma honesta en nuestra propia vida cotidiana.

En tal sentido, es un error centrar el problema sólo en las personas que ejercen cargos en el aparato estatal, aun cuando los casos más conocidos por la ciudadanía a través de los medios de comunicación - que ejercen una influencia importantísima en la opinión pública – se relacionen con este tipo de funcionarios.

En el sector privado, existen algunos ejemplos de lo que estoy planteando. Le propongo hacer el siguiente ejercicio. Cada vez que vea en el periódico una “fe de erratas” de cualquier multitienda, fíjese si el “error” - por lo general en los precios - es beneficioso, o bien, perjudicial para el potencial consumidor. Lo más probable - y lo que he venido observando desde hace mucho tiempo - es que el error no le agradará en nada al cliente en casi la totalidad de los casos. ¿A qué se debe esto?. Para algunos, esto representa fielmente la “picardía del chileno”, ya que una persona “astuta y perspicaz” se percató que existía un vacío legal y que, utilizando las fe de erratas, se podían mejorar las ventas (esta vivacidad se justifica en que no se está actuando al margen de ley). Para otros en cambio - entre los que me incluyo por cierto - este actuar pone de manifiesto un comportamiento deshonesto que lamentablemente se institucionaliza cada vez más en nuestra sociedad.

No obstante, es probable que el ejemplo precedente sea visto por usted como algo muy lejano. Pero, acerquémonos una poco más a nuestra realidad cotidiana. ¿Quién no ha respetado alguna vez, una fila en el banco?, ¿quién no ha recurrido a algún cercano, para conseguir un trabajo?, ¿ quién no ha preferido callar cuando en un restaurante se equivocan en la cuenta y nos cobran menos de lo que corresponde?, ¿quién no ha pensado siquiera en conseguirse una licencia médica con un doctor amigo, en circunstancias que no se justifica la recepción de tal beneficio?. Y así podría seguir con muchos ejemplos. Todos estos hechos ponen de manifiesto un comportamiento muy poco honesto. Lamentablemente, la sociedad chilena parece no castigar este actuar. Es más, estos hechos parecen estar muy arraigados en nuestra identidad nacional y no hay signos de que esto cambie en el futuro cercano.

Un estudio reciente, realizado por la encuestadora MORI
[1], para el Capítulo Chileno de Transparencia Internacional – Corporación Chile Transparente – muestra que el pecado más reconocido por los chilenos encuestados es simular estar enfermo para no ir a trabajar (37% declaró que conoce o ha oído de alguien que ha incurrido en esta práctica); el 24% reconoció haber escondido productos en el supermercado para no pagarlos en la caja; el 19% señaló que se las arregló para pagar menos impuestos y; el 11% ha reconocido beneficiarse de un subsidio que no le correspondía.

Estos hechos se conocen como fraude social, entendiendo por tal concepto a aquellos comportamientos sociales que “no tienen sanción legal ni social, pero que están en el lado oscuro de la moral colectiva, transgrediendo normas que nadie controla adecuadamente en su aplicación”
[2]. Este fenómeno, nace a partir de una sensación de desigualdad de oportunidades, de injusticia acerca del acceso a ciertos bienes o servicios que demandamos en distintos ámbitos de nuestra vida. A partir de esta sensación, nace entonces la justificación a estas conductas deshonestas, que se fundamenta básicamente en la premisa de que “todo el mundo lo hace…¿por qué yo no?”. Se trata entonces, de una conducta que nace a partir de una sensación de desigualdad, y que se manifiesta en el rompimiento de algunas reglas.

Lo sorprendente a estas alturas, es que existen algunas prácticas deshonestas tan institucionalizadas en nuestra sociedad que, en lugar de existir algún tipo de sanción legal o social hacia quienes las realizan, existe una especie de sanción social (burla, recriminación, etc.) hacia las personas que reprochan estas conductas y actúan en consecuencia. En otras palabras, los que se ven envueltos en alguna actividad calificada acá como fraude social, hacen alarde de su “viveza”. Por el contrario, la gente que procura actuar con honestidad es percibida – por decirlo de alguna forma – como “demasiado inocente”.

Un paradigma de lo anterior, es el protagonista de la película chilena “El rey de los huevones” que próximamente se estrenará en nuestro país. En este film, el protagonista – un taxista llamado Anselmo – se encuentra un maletín con 24 millones de pesos y, en vez de quedarse con el dinero, decide devolverlos a la policía. Y, ¿cree usted que sus amigos y/o cercanos lo aplaudieron y felicitaron por mostrar tal grado de rectitud?. ¡No, más bien todo lo contrario!!!. Este hecho bastó para ser bautizado sin más, como el “rey de los huevones”.

No voy a negar que es gracioso (en el contexto de una comedia). Es bueno y sano reírnos de nosotros mismos. No obstante, la situación descrita en el párrafo precedente representa a cabalidad nuestra idiosincrasia, en la que la moraleja pareciera ser que este mundo está hecho para los “pillos”, los “vivarachos”.

El fraude social es un fenómeno en el que pocas veces ponemos atención, pero es un flagelo que no debemos descuidar. Especialmente porque nos hace reflexionar acerca de nosotros mismos. Al reflexionar sobre este tema, dejamos de ver la corrupción como un problema de otros – de los políticos, de los poderosos – sino que la vemos como un problema que atraviesa al conjunto de la sociedad, de la cual nosotros formamos parte.

Es evidente que la corrupción y el actuar poco honesto se encuentra más concentrado en las esferas del poder (político, económico, religioso, etc.), pero también es un hecho, que en variados ámbitos de nuestra vida cotidiana también se encuentran arraigadas conductas deshonestas - mencionadas en este artículo como fraude social - que pasan desapercibidas por muchos cuando se habla o escribe sobre corrupción y ética. Y - por lo menos yo - tengo la impresión, que empezar a mirarnos el ombligo de vez en cuando es un buen ejercicio si realmente queremos que las cosas cambien…¿no cree usted?.



[1] Informe del Barómetro de Chile Transparente 2005, cuyos resultados fueron expuestos en reportaje de El Mercurio denominado “Los vicios públicos al desnudo”, Garzón Ortiz, Laura. Enfoques, Economía y Negocios, 19 de Febrero de 2006.
[2] Íbid.

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