Monday, January 16, 2006

¿HASTA DÓNDE LLEGA MI ÉTICA?

Mauricio Castro Pedrero
Administrador Público
Octubre de 2005

¿Se ha enfrentado alguna vez a un dilema ético, en el cual sus principios le dicen que actúe de una forma determinada, pero usted sabe – o cree saber – que si actúa siguiendo sus principios, deberá enfrentar consecuencias que no sabe – o cree no saber - si está dispuesto a soportar?.

La respuesta a ésta y otras preguntas de la misma índole, no es nada de fácil, pues para que usted logre tener claridad sobre cómo actuar – cuando enfrente este tipo de dilema - deben cumplirse principalmente dos condiciones: a) principios éticos sólidos y bien definidos y; b) prioridades valóricas claramente identificadas. Así entonces, quién no cumpla con estas condiciones, no estará preparado para enfrentar con decisión y tranquilidad un dilema ético.

El tema de fondo es que lo más probable es que sea una minoría la que cumpla con estos requisitos.

Los principios éticos

Por lo general, las personas no se sientan a reflexionar acerca de cuáles son sus principios éticos, principalmente en aquellas cosas o actividades que no existe consenso acerca de su corrección
[1]. Tan sólo actúan conforme van enfrentando diversas situaciones en donde ponen de manifiesto los principios éticos que llevan dentro (¡aunque ni siquiera se den cuenta!).

Así entonces, tener claridad y certeza sobre lo malo que es matar, robar, violar los derechos humanos, corromperse, etc., no es de gran dificultad en la teoría.

No obstante, lo complejo de todo esto viene a la hora de operacionalizar los principios que hemos definido para nosotros mismos: ¿no estoy dispuesto a matar bajo ninguna circunstancia?, ¿no estoy dispuesto a robar aunque mis hijos estén a punto de morir de inanición?, ¿seré capaz de seguir mis principios éticos hasta las últimas consecuencias?

Cuando se presentan situaciones complejas pero reales, es cuando se ponen a prueba nuestros principios éticos y de esta forma, usted puede saber por medio de los actos de los demás, cuáles son los principios de éstos y por su parte, los demás pueden conocer los principios suyos, más allá de meras declaraciones. Es más, mis declaraciones, las suyas y la de los demás, carecen de toda importancia si no se ven respaldadas por acciones.

Y aquí, en las acciones está la dificultad, pues a lo largo de nuestras vidas – tanto en el ámbito personal como en el laboral – debemos enfrentar situaciones que ponen a prueba nuestros principios, dejando en evidencia la fortaleza o debilidad de nuestras convicciones. Si nuestros principios son débiles, se creará un sentimiento personal de confusión, al no tener certeza de la corrección de una actividad determinada. Por su parte, si nuestros principios éticos son sólidos, lograremos determinar con facilidad si una actividad se condice o no con estos principios.

Pero, ¿basta con tener principios éticos sólidos que nos permitan diferenciar con claridad una actividad ética de una que no lo es?. Lamentablemente no.

¿Dónde están nuestras prioridades?

Una vez que logramos determinar cuáles son nuestros principios y valores más preciados, debemos reflexionar e intentar dar respuesta a la siguiente pregunta: ¿estoy dispuesto a defender a ultranza y ser consecuente con mis principios, independiente de las consecuencias que puedan provocar mis acciones?.

Piense por ejemplo en que usted considera como valor fundamental la honestidad. Por su parte considera que la familia es lo más preciado en su vida. Ahora imagine que toma conocimiento que su pareja o un familiar cercano asaltó un banco, ¿lo(a) delataría?, ¿qué es más importante: la honestidad o la familia?.

Póngase en otra situación menos extrema pero igualmente difícil: En su trabajo le solicitan que realice una actividad que usted considera fuera de sus parámetros morales (puede que se le ordene hacer algo legal, pero a su juicio, inadecuado), pero teme que si se niega, lo despidan o por lo menos le dificulten la estadía en su lugar de trabajo y por consiguiente, su posibilidad de ascender. En este caso, el actuar de acuerdo a los principios, tiene costos potenciales asociados que no todos estarán dispuestos a soportar.

En el ámbito teórico, este dilema se refleja en dos maneras de visualizar a la ética
[2].

Por un lado tenemos lo que se denomina “Ética de la responsabilidad” cuyo máximo exponente es Max Weber. Esta forma de ver la ética señala que antes de actuar, debemos de analizar las consecuencias de nuestros actos, y, luego de realizar ese análisis, determinar que es lo más conveniente (visión pragmática de la ética). Ahora bien, analizar - o por lo menos visualizar - las potenciales consecuencias que pueden producirse por seguir nuestros principios, es normal y sucederá siempre, pues el hombre es un ser que posee el don de la racionalidad y, por consiguiente, será muy difícil abstraerse de lo que puede ocurrir si se actúa de una determinada manera. No obstante, si a partir de ese análisis (llamémoslo análisis costo-beneficio), usted toma la decisión de actuar de una forma u otra, se encuentra usted en esta categoría
[3].
Por otro lado, tenemos la “Ética de principios” o “Ética de la convicción”, la cual nos señala que cada cual debe actuar en concordancia con sus principios, independiente de las consecuencias que imaginemos.

Así entonces, el segundo y último paso es definir cuáles son nuestras prioridades. En otras palabras, debemos reflexionar y lograr determinar hasta dónde se está dispuesto a defender los principios y actuar en consecuencia. En suma, lo que debemos hacer es dejar de engañarnos y decidir de una vez entre la ética de la responsabilidad o la ética de los principios. Debemos elegir una si queremos tener claridad a la hora de actuar.

La decisión: Actuar o no actuar
[4]

Según hemos analizado, el hombre al verse enfrentado a un dilema de tipo ético, puede tomar las siguientes decisiones:

Actuar según sus principios, independiente de las consecuencias.

Actuar, pero de una forma distinta a la que lo haría de no existir consecuencias (se siguen los principios hasta donde las consecuencias se acepten)

No actuar, pues las consecuencias (negativas) de la acción, son más elevadas que la satisfacción que le otorgaría el actuar de acuerdo a los principios (decisión basada en un análisis costo-beneficio).

De esta forma, podemos distinguir tres tipos de personas:

Las que no tienen principios éticos, por lo que para ellos este artículo no les reportó nada o, a lo más, una pequeña duda que desaparecerá con la velocidad que un delincuente quita la billetera a un desconocido (delincuente que, dicho sea de paso, lo más probable se encuentre en esta categoría).

Las que tienen principios éticos más o menos sólidos, pero que no están dispuestos en cualquier circunstancia a asumir las consecuencias que pueden acarrearle seguir sus principios. Estas personas son las que tienen mayores dilemas éticos, pues el análisis de las consecuencias es complejo y lleva aparejado un sentimiento de confusión y en ocasiones de culpa (pues se desea actuar de una determinada manera, pero el análisis dice lo contrario).

Las que tienen principios éticos sólidos y que han tomado la difícil decisión de actuar en concordancia con sus principios en cualquier circunstancia. Estas personas, son las que muestran más consistencia entre lo que piensan y lo que hacen. No obstante, tendrán serias dificultades en su relación con el entorno, pues no todos (a decir verdad, una ínfima minoría) piensan y actúan como este tipo de personas.

Y usted, ¿en qué categoría se encuentra?...la respuesta no es fácil, pero si al finalizar estas líneas, usted tiene la intención de contestar esta pregunta (aun cuando no logre contestarla), habré cumplido mi objetivo.

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Votar en contra de Estados Unidos ¿decisión de principios o análisis puro?

Recuerda usted cuando Chile, por ser miembro del Consejo de Seguridad de la ONU, debió votar a favor o en contra de invadir Irak. En esa oportunidad el gobierno de Ricardo Lagos, tuvo que tomar una decisión muy compleja. Quizás la postura valórica del Gobierno siempre estuvo clara: en contra de invadir Irak por falta de pruebas concretas. No obstante, se comenzó a especular acerca de las represalias que podía tomar Estados Unidos en contra de nuestro país. Estas represalias – se decía – tenían que ver con el tema económico, en especial con un eventual retraso – o fracaso para los más fatalistas- de la firma del tratado de libre comercio con ese país.
Finalmente Chile optó por no votar a favor de los intereses de los Estados Unidos, pero, ¿cree usted que en el gobierno no analizaron las consecuencias de su decisión y se optó por votar como se hizo sólo por convicción? O bien, ¿analizaron el escenario y consideraron que esa decisión no perjudicaría las negociaciones para lograr el TLC con los Estados Unidos?. Quién sabe.

[1] Un simplismo altamente conocido pero inaceptable, se da cuando se señala que lo ético tiene que ver con lo legal, de manera que todo lo que la ley no prohíbe, es lícito y ético a la vez.
[2] Sobre las visiones teóricas de ética, véase Orellana, Patricio, “Dos éticas en pugna”, disponible en web site http://www.probidadenchile.cl
[3] Al respecto es dable señalar que al analizar potenciales efectos de una decisión, alguien puede sobreestimar las consecuencias de sus actos, lo cual actuará como un inhibidor de la acción (“puede que me despidan y como las cosas están difíciles, quizás no vuelva a encontrar trabajo nunca más...eso sería una irresponsabilidad con mi familia”…luego, no actúo).
[4] Un caso real relacionado con una decisión de Gobierno, se muestra en el cuadro “Votar en contra de Estados Unidos ¿decisión de principios o análisis puro?”.

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